Ya me encuentro de vuelta en El Salvador, y no hay
nada como ir casi que inmediatamente o por unas pupusas bien rellenitas o
por un coctelito con vista al mar. Puesto que el año se encontraba ya
en las últimas, fue que decidimos con Gabriel ir a la playita, a
disfrutar del calorcito que tanto nos hacía falta. Además, andábamos un
antojo -de esos que te retuercen el alma- de unos camarones en salsa
rosada con aguacate. Fue entonces, que este domingo último de 2017
bajamos a la playa a eso de la una de la tarde; el sol estaba en todo su
esplendor y el calor, por supuesto, con todos los poderes.
Considerando que ya habíamos visitado la Ola Beto’s del puerto y La Pampa Argentina, fue que optamos entonces por ir a Café Sunzal, ya que ambos teníamos mucho tiempo de no poner pie ahí y recordábamos lo agradable que eran las instalaciones y la vista con la que cuenta.
Íbamos
llegando a eso de las 2 de la tarde, hicimos previamente una corta
parada a una estación de gas comprando un par de heladitas para el
camino. Al llegar, y contrario a lo que esperábamos, el parqueo se
encontraba un poco lleno (el mismo no es muy grande, contará con espacio
para unos 10 carros sin “encuchar”). Encontramos un espacio libre y nos
bajamos con los vasos plásticos con cerveza.




Entonces, me dispuse a ver cómo le daba sabor a ese simple coctel y tomé la Salsa Inglesa “Lea & Perrins” y la misma no sólo NO SABÍA a esa marca, sino que se notaba a leguas de distancia que la habían mezclado con agua, y obviamente, el chile “Tabasco” también estaba mezclado con agua. ¿QUÉ TIPO DE RESTAURANTE “DE CALIDAD Y LUJO” HACE ESTO? Y digo lujo, porque verdaderamente solo alguien que pueda darse el lujo va a pagar lo que nosotros este día (never again, by the way). Por si esto fuera poco, cuando íbamos por la mitad del coctel (que nos tomó un par de minutos) nos llevaron las dos cervezas que, para más joder, estaban algo tibionas. No nos cayó nada en gracia tampoco, pero considerando que íbamos con algo de prisa y que iba en sintonía con los camaroncillos de charco y salsa con charco, nos las dimos igual.

Terminando de dar el último bocado, Gabriel alzó su brazo para pedir la cuenta. La mesera, que es quien lo vio, asintió con la cabeza. Pasaron cerca de 10 minutos y no aparecía la cuenta, al ratito se asoma él con el sobre negro y nos dice: “Ustedes pidieron la cuenta, ¿vea?” y yo como: ¡Sííi!, a lo que responde: “Este, me equivoqué”. Literal y algo alzadamente exclamamos “¡AY DIOS!”.
Pasaron
otros minutos y regresa el mesero con una factura que acababa de llenar,
donde nos estaban cobrando $26.12. “¡Vaya!” dijimos, “nos están dando
descuento por el pésimo servicio y calidad en la comida”. Y qué
diantres, el mesero ahí vio que la otra mesera nos había servido dos
Pilsener y se retira con la tarjeta de Gabriel y la factura a corregir
el error. Finalmente regresó con una factura adicional, donde por las 2
Pilsener nos estaban cobrando los $5.44 restantes y el voucher de la
tarjeta por el monto total. Tomamos el dulce de menta que nos
“regalaron” a cada uno y salimos huyendo de ahí. Si en algo estuvimos de
acuerdo, con Gabriel, fue: Never again.
Recomendaciones de Ariana:

Sin
duda alguna ya prefiero ir a la Pampa Argentina que se encuentra un
poco después de este restaurante y cuya atención y servicio es mil veces
mejor (sus instalaciones tampoco se quedan atrás). Salimos muy
decepcionados de un restaurante de dicha “altura” donde se prestan a
trasegar hasta las salsas para condimentar y se atreven descaradamente a
cobrar como si valiera la pena. No recomiendo.